AL SUR DEL RÍO BRAVO... AMÉRICA DE PIE

              
         La emergencia de movimientos sociales de inusitada madurez  (algunos de los cuales lanzaron a la presidencia a sectores políticos más o menos progresistas), en el marco de una severa crisis en el corazón del sistema capitalista, constituye una posibilidad de cambio con escasos precedentes para el continente americano. En ese marco las posibilidades y perspectivas de un bloque regional son objeto de análisis para propios y ajenos. Repasamos algunas claves para pensar la América al sur del Río Bravo y analizamos los posibles rumbos de la integración.


      Mural "Presencia de América Latina". Casa del Arte, Universidad de Concepción, Chile.



I - Las Dificultades


          En su primer discurso como presidente Barack Obama dijo: "El cambio ha llegado a América". Sospechamos sin embargo que no se refería a todo el continente sino sólo a los Estados Unidos. Esta apropiación del nombre por parte de la potencia hegemónica resulta, sin embargo, menos curiosa que su reproducción al sur de la gran frontera, donde es frecuente llamar "americano" a lo estadounidense.
             El Río Bravo, que separa a México de Estados Unidos, es actualmente la frontera más importante y más caliente del continente porque, además de dos países, separa, de hecho, dos mundos: el "Primero", rico y desarrollado, del "Tercero", empobrecido y en vías de desarrollo. Hablo  de separar y no de delimitar porque el vecino del norte ha tomado numerosas medidas (como crear una fuerza de seguridad fronteriza y construir un doble muro de hormigón con alta tecnología de detección) para evitar que los inmigrantes latinos  o "espaldas mojadas" (como llaman a los que cruzan a nado) pasen de su lado.

            En las primeras décadas del siglo XIX, con la nueva configuración geopolítica de América, surgieron los primeros intentos de reunir a los países del Sur en un bloque homogéneo. Rota la dependencia política, los dueños del circo buscaron facilitar de este modo la aplicación de nuevas formas de injerencia. Los intereses eran diversos: España buscaba excluir del concierto de naciones americanas al resto de las dependencias europeas; Inglaterra y Francia trataban de que eso no suceda; y Estados Unidos necesitaba unificar regionalmente todas las oficinas y secretarías de organismos públicos destinados a administrar sus crecientes intereses allende la frontera mexicana. Además encontrar un nombre para los del sur soplaba de popa a la legitimación de su sinécdoque: "Somos América". 
            
Mural "Latinoamérica", Museo a Cielo Abierto, San Miguel, Santiago, Chile


                 A tales fines se recurrió a un puñado de conceptos de uso habitual que, sin embargo, no resultan suficientes para dar cuenta de la complejidad del objeto que designan. La más difundida de estas denominaciones, "América Latina" o "Latinoamérica", no es aplicable a las poblaciones originarias, ni a las afroamericanas, ni a las naciones surgidas de colonias inglesas, como Jamaica, Barbados o Surinam, que no acreditan estirpe latina. Más restrictivo aun resulta un concepto como "Iberoamérica", que excluye también a las naciones de ascendencia francesa, como Guyana y Haití. A ese concepto debemos el actual engendro diplomático llamado Cumbre Ibeoramericana, que vincula a las ex colonias ibéricas, con España, Portugal... y Andorra. La más excluyente de estas denominaciones es sin dudas la más cara a los españoles: "Hispanoamérica", que se refiere sólo a los territorios de habla hispana, dejando afuera, además de todos los anteriores, al país más grande y populoso de la región, Brasil. Por último, se utilizó también el concepto de "Indoamérica", un término de cuño reivindicativo, que no contempla a las poblaciones, criollas, mestizas e inmigrantes que habitan el continente desde hace cinco siglos. 
                 La ineficacia de estos nombres se debe principalmente a la complejidad y heterogeneidad del objeto que deben representar: ese vasto continente que se extiende desde la costa sur del susodicho río hasta la Tierra del Fuego e incluye territorios selváticos, desérticos, árticos, andinos, costeros e insulares. Allí conviven más de cuarenta países de lo más variopintos, sumamente pequeños y excepcionalmente grandes, con más de cien millones de habitantes y con menos de quinientos mil, sin salida al mar o rodeados de él. Tampoco sus más de quinientos millones de habitantes pueden reunirse en torno a un origen común que permita pensar en una región de características étnicas. Originarios, criollos, negros e inmigrantes (con todas las formas imaginables de mestizaje), hablando media docena de lenguas europeas y varias docenas de lenguas americanas, no constituyen evidentemente una población fácilmente reductible. En la variedad de estos pueblos se despliega un abanico de tradiciones culturales, que representan las características particulares de cada lugar y grupo social. Y, si bien la propia voluntad de unión entre pueblos vecinos dio origen a formas y productos artísticos comunes, lo cultural, en rigor, tampoco puede considerarse un factor aglutinante que dé cuenta de un objeto homogéneo. Finalmente existe una serie de conflictos internos que se traducen, en mayor o menor medida, en un sentimiento de animadversión social entre los pueblos. Violaciones de soberanía (Colombia y Ecuador), reclamos limítrofes (Bolivia y Chile), odios étnicos (Dominicana y Haití), conflictos históricos (Colombia y Panamá), cuestiones ambientales (Argentina y Uruguay) y hasta rivalidades deportivas vienen a complicar aun más los lineamientos de una integración real.


"América Invertida". J. Torres García, Montevideo, 1943

                     
II - Los Principios

          Las diferencias étnicas, geográficas y sociales, sin embargo, no le impidieron a las potencias conformar una región en términos políticos y económicos que, en rigor, eran los únicos que les interesaban. "América Latina" fue concebido como un conjunto de países sujeto a una determinada relación con los centros de poder, cuya función en el orden mundial fue proveer materias primas, abrir un nuevo mercado a las manufacturas y absorber los excedentes de capitales de los Estados ricos.
                Una posibilidad para pensar la región residiría entonces en los paralelismos políticos, históricos y económicos de los países que la integran. En líneas generales puede decirse que han sido las relaciones con los países colonizadores las que han signado para los países americanos estos derroteros semejantes. América vivió aislada del resto del mundo durante más de dos mil años, hasta que se produjo el encuentro con los europeos. A partir de entonces las potencias en expansión se abocaron a la conquista y colonización del continente. Con la vocación de canjear civilización y evangelización por riquezas y libertad, después de los españoles llegaron ingleses, franceses, holandeses y portugueses, que se disputaron y repartieron el continente proporcionalmente al poderío bélico de sus ejércitos. A groso modo podría decirse que la mayor parte de la masa continental se la anexaron los españoles. Las únicas excepciones fueron, en el Norte, partes de los Estados Unidos y Canadá, repartidas entre ingleses y franceses; y, en el sur, la inmensa colonia portuguesa de Brasil y las Guyanas, una británica, una francesa y una holandesa. Más complejo sin embargo resultó el proceso en el Caribe, un vasto arco insular que se extiende desde las costas de Venezuela hasta la Península de Florida, donde las delimitaciones fueron menos claras y los cambios de soberanía mucho más frecuentes. 

   


            
           Las economías de las colonias americanas se organizaron de acuerdo a las características productivas de cada región. Un modelo se basó en la extracción de metales preciosos, como el caso de México, Perú y Bolivia. Otro en el sistema de plantación, ya sea de cereales, fruta, tabaco, algodón, azúcar, café o cacao. Y el tercero se centró en el tráfico de esclavos africanos para abastecer de mano de obra a los dos modelos anteriores; los ejemplos más ilustrativos fueron los puertos negreros de Haití y Brasil. 
                   De este modo, ciento cincuenta años después del primer contacto con los europeos, América presentaba características muy particulares: era el único continente del mundo sin una sola nación independiente, donde los nativos constituían la clase social más desposeída y, en muchos casos, era minoritaria o directamente había sido extinguida. Esta situación se extendió hasta fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuando la formación de una población criolla mucho más numerosa que la europea residente, las desmedidas exigencias tributarias impuestas por las metrópolis para sostener su nivel de vida y los ideales de Igualdad y Libertad emanados de la reciente Revolución Francesa confluyeron en un explosivo proceso independentista que se extendió desde un extremo hasta el otro del hemisferio. En 1776 habían declarado la independencia los Estados Unidos y en 1803 una legió de esclavos sublevados en la colonia francesa de Santo Domingo declaró la independencia de Haití; en 1810 se produjo la sublevación del Río de la Plata, en 1821 la de México y Centroamérica y tres años después Bolívar expulsó a los últimos españoles de la América del Sur.  
                Los nuevos países independientes siguieron dos rumbos bien diferenciados. En el norte los Estados Unidos copiaron el modelo británico y, a medida que se incrementaba su poder económico y militar, comenzaron a ejercer una creciente incidencia imperialista sobre los demás países del continente. Al sur del Río Bravo, en cambio, se impuso un modelo dependiente del capital extranjero (principalmente británico y norteamericano) signado por lo que se ha dado en llamar "corrupción cipaya" en la cual la clase dominante enajena las riquezas nacionales a cambio de beneficios económicos y políticos particulares. Los ejemplos son variados y numerosos: Nicaragua enajenó sus rentas de aduana, Venezuela la explotación petrolera, Panamá la soberanía del Canal Interoceánico, Guatemala su producción agropecuaria, Argentina la industria de la carne, Chile su producción mineral y Puerto Rico su propia independencia. 
                     La corrupción cipaya de los países dependientes fortaleció a las oligarquías nacionales, a los monopolios extranjeros y dio lugar a una nueva forma de dominación, que mudó oportunamente del plano político al económico. Así surgieron las deudas externas y las inversiones  privadas (sobre todo en explotación de recursos naturales y prestación de servicios), que les permitieron a los países prestadores ejercer una creciente injerencia en la economía y la política de los países prestatarios. 
                         

Mural "Simón Bolívar" del grupo de arte contemporáneo La Guadaña, en Loja, Ecuador.

                   
               En el siglo XX, Doctrina Monroe de por medio, los Estados Unidos acapararon el control económico y político de la mayor parte del continente. Los desembarcos de capitales se alternaron con desembarcos de marines, poniendo y deponiendo presidentes e instaurando la diplomacia de "dólares o plomo". Estas formas de dominación política y económica fueron, en gran medida las que diagramaron los modelos nacionales y moldearon las identidades sociales que hoy nos permiten pensar a América como una región, compuesta por países en situaciones similares y con necesidades afines. 
               Tras siglos de aplicación la fórmula "sacrificios públicos por beneficios privados" dio como resultado países con economías dependientes, escasa industrialización, distribución desigual de la riqueza, inestabilidad institucional, deficiencias en los sistemas sanitarios y educativos y enormes sectores de la población por debajo de la línea de la pobreza. En una palabra: subdesarrollo. Si pueblos o gobiernos intentaban revertir esta situación o las fuerzas paramilitares armadas y financiadas por las centrales de inteligencia para poner orden. De ser posible se instauraba un gobierno títere  integrado o controlado por funcionarios de las multinacionales; si eso no era viable se imponían férreas dictaduras militares para eliminar a la resistencia y aplicar medidas económicas ejemplares. Tomemos como ejemplo las últimas cuatro décadas de la América del Sur. Luego de la Revolución Cubana, en la década del '60, surgieron en casi todos los países organizaciones dispuestas a terminar a balazos con la dominación extranjera. Guerrillas rurales y urbanas, marxistas o nacionalistas, incendiaron el continente, poniendo en riesgo numerosos intereses extranjeros.
                      En la década del '70 militares de todos los países hicieron un postgrado en la Escuela de las Américas, donde fueron entrenados por oficiales estadounidenses en tácticas de contrainsurgencia. Así llegó la última serie de dictaduras, que debilitó la organización popular y abonó el terreno para la nueva ola democrática que aplicó el último grito de la moda económica: el neoliberalismo de los '90. En sólo diez años "la magia del mercado" hizo desaparecer los últimos vestigios de credibilidad en la clase política. Las calles de Argentina en 2001 representaban a buena parte de la intención americana cuando gritaban "Que se vayan todos". Es que en Argentina el 10% de pobres y el 2% de indigentes de 1970 se convirtió, en 2002, en 54% de pobres y 10% de indigentes. Por último asistimos a una ola de gobiernos surgidos de sectores de la resistencia, como indígenas, socialistas, sindicalistas y ex-revolucionarios, que esgrimen un explosivo discurso antiimperialista, aunque no siempre lo ponen en práctica en el plano de los hechos.




III - La Voluntad

                La integración regional también fue propuesta desde las naciones americanas a partir del momento mismo de su independencia. Como contracara al proyecto externo, los americanos buscaron en la unión la fuerza necesaria para resistir a la presión imperialista. Ya Simón Bolívar había soñado con la Patria Grande. A instancias suyas, en 1821, el Congreso de Cúcuta declaró la conformación de la Gran Colombia, que incluía los actuales territorios de Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá. En consonancia, Bolívar saludó con beneplácito el nacimiento de la República Centroamericana (1823) conformada por los actuales territorios de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Estos avances hacia la concreción de su proyecto americano lo impulsaron, en el Congreso de Panamá (1826), a intentar, sin éxito, la conformación de una Federación de las nuevas repúblicas. Sin embargo, ambos proyectos fracasaron allá por 1830, debido al mezquino divisionismo de las oligarquías provinciales, fomentado desde el exterior, donde se prefería un continente formado por varias repúblicas débiles y no por unas pocas grandes y fuertes. En definitiva, se apeló al trillado pero efectivo recurso del "divide y reinarás".
              Estas experiencias, un siglo después, le sirvieron a Augusto Sandino para elaborar un proyecto que, si bien era menos ambicioso, consideraban las dificultades que habían hecho fracasar al anterior. En su Plan de Realización del Supremo Sueño de Bolívar (1929), Sandino no pretende ya una Patria Grande sino una "Alianza de Naciones Latinoamericanas". El programa incluía una Corte de Justicia y una fuerza militar regionales, contemplaba el desarrollo de la industria, el comercio y hasta fomentaba el turismo interamericano.
                La solidaridad y la interasistencia en función del beneficio común fueron la piedra de toque sobre la que se forjaron los programas internos de integración continental. San Martín llevó la guerra a Chile y a Perú porque sabía que con los españoles cerca la independencia nacional tenía los días contados. La misma idea motivó al venezolano Bolívar a cruzar los Andes, al dominicano Máximo Gómez a luchar por la independencia de Cuba, al guatemalteco José Girón Ruano y al salvadoreño Agustín Farabundo Martí a sumarse a las filas de Sandino en Nicaragua y al argentino Guevara a adentrarse en las sierras de Cuba y en la selva boliviana.
                 Ambos proyectos, el externo y el interno, son recurrentes en la historia del continente. Igualmente numerosos son los ejemplos de países desarrollados que revirtieron sus crisis financieras haciendo caer el mayor peso de la debacle sobre las economías dependientes. Por eso hoy que las principales potencias económicas del mundo está al borde de la recesión y el capitalismo ve su cara más oscura en el espejo, no son improbables las intervenciones militares y los ajustes de emergencia a los países dependientes.En un momento así la integración puede considerarse un hecho y el continente llega nuevamente a la bifurcación donde debe optar entre someterse a la integración externa para la dominación o construir una integración interna que avance hacia la emancipación y el desarrollo.
                 Muchas sociedades americanas se han puesto de pie dispuestas a reclamar su derecho de participación política e incluso a pelear por él. Pero para que estos intentos no sean focos aislados destinados a extinguirse en su propio desgaste hace falta un proyecto que encause los esfuerzos hacia un objetivo común. Hace falta pensar y hacer América desde América. Completar la emancipación política es una tarea ardua y compleja, pero debe realizarse. Más de una docena de colonias inglesas, francesas y holandesas en América nos recuerdan que los procesos de conquista y resistencia que comenzaron en 1492 aún no han terminado de resolverse. Mucho más ardua y necesaria sin embargo es la emancipación económica del club de los ricos. La creación del Banco del Sur, la renegociación conjunta de las deudas nacionales, el establecimiento de aranceles aduaneros de privilegio para el comercio interamericano y la revisión de concesiones hasta el momento apenas han pasado de anuncios entusiastas que, incluso, nunca llegaron a convencer a la totalidad de los interesados.

Brigada Ramona Parra. Chile


                América necesita un proyecto interdisciplinario e integral (que abarque lo político, lo económico y lo social) inclusivo, basado en la solidaridad y no sólo en la conveniencia de los países más grandes. A esta altura es claro que aun las naciones más desarrolladas, como Brasil o México, no lograrán por sí solas sostener proyectos a largo plazo si el sistema acecha e intenta desestabilizarlas desde sus propias fronteras. La economía de Cuba es un ejemplo descarnado del sostenimiento de un proyecto nacional, durante medio siglo, en condiciones de aislamiento y asedio de las potencias. 
                 En los gobiernos americanos comienza a insinuarse una voluntad de excluir a las metrópolis de la toma de decisiones políticas internas y de no aceptar propuestas económicas bajo presión, lo cual da cuenta de una incipiente madurez institucional. América se siente en condiciones de manejar sus asuntos y resolver sus problemas de manera más autónoma, prescindiendo de tutorías y controles externos. También habría que tener en cuenta la creación de organismos políticos y económicos multilaterales, como UNASUR o el MERCOSUR, que fue creado como un apoyo a las automotrices multinacionales instaladas en la región y, finalizado el periodo neoliberal, fue cambiando su rumbo ideológico y ampliando sus competencias. Sin embargo, tratados de este tipo no parecen suficientes para aspirar a una integración política y cultural sustentable.
                 Aquí entra en juego una tercera forma de dominación, de orden cultural, que es la que brinda el apoyo teórico (e incluso psicológico) a la dominación económica y política. Un puñado de grupos económicos del "Primer Mundo" ha acaparado las cadenas de distribución cultural (editoriales, cinematográficas y musicales), convirtiendo a la región en un mercado casi exclusivo de sus producciones. Prueba de ello es la difusión en América de programas de televisión, músicos, cineastas y escritores norteamericanos y europeos, mientras que casi no circulan las producciones de los otros países de la región.
                  Los obstáculos para el afianzamiento y la difusión de la "cultura americana" responden tanto a intereses económicos como políticos, ya que se procura generar un medio local dependiente que se limite a la reproducción subsidiaria de los modelos metropolitanos. De este modo se evita, por ejemplo, la producción y difusión de objetos culturales inconvenientes, que pongan en evidencia las relaciones abusivas que se imponen a los países de la región; y, de paso, se desvían todas las ganancias del "mercado cultural" para el hemisferio norte.
                    Bitácora de América considera que la difusión de las producciones culturales americanas, tan prolijamente ignoradas por los grandes multimedios, puede colaborar a la revalorización de las culturas locales y ampliar las posibilidades de pensar América desde América. Una primera propuesta consiste en la reapropiación del nombre del continente. En definitiva no se trata más que de hablar con propiedad: no somos latinos, ni ibéricos, ni indios. Somos americanos. Allá, en el norte, están Canadá y los Estados Unidos de Norteamérica. Al sur del Río Bravo... América de pie.